Arraigados en mi pecho,

me oprime el dolor.

Arraigados en mi piel,

me avasalla la mirada extranjera.

Extranjeros que usurparon mi mirada teñida de sangre.

Ensangrentado vivo tras el paso del tiempo que se fijó,

como una mirada fotografiada en la retina de tus ojos brillantes,

que me robaron la conciencia.

Revuelto de ira me giraré tras tus pasos que marcan mi ilusión.

Con tu sombra lejana levantaré la torre de  mi vitalidad,

que engendraste con tu mirada endiablada.

Embrujaste mis sueños y no pude olvidar.

Niña de mi consuelo,

niña que embrujas mis pensamientos nocturnos,

te observo y admiro tu fuerza, que abruma el atardecer, como una luz que se apaga.

Pepin Copariate

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